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En los campamentos de refugiados saharauis se da la mayor concentración de personas celíacas del mundo. Seis de cada cien personas allí padecen celiaquía. Esta prevalencia multiplica por diez la de la mayor parte de los países europeos. En un momento en el que más del 90% de la población de los campamentos se encuentra en una situación de riesgo alimentario, con las ONGs alertando de que el stock de reservas se agotará en unos meses y con unas condiciones de vida precarias, que arrastran desde hace décadas, ponemos el foco en el problema añadido que representa la celiaquía.

 

En el documental queda patente la situación sanitaria en los campamentos y, por extensión, la crisis humanitaria que viven más de 170.000 personas y que amenaza con agravarse. Con los alimentos a precios exorbitados, profesionales como los médicos – los que se quedan- trabajan a cambio de un salario prácticamente simbólico- unos 50 euros al mes-, por vocación, en un sistema autogestionado que carece de recursos básicos para afrontar una atención y un tratamiento con unas mínimas calidades y garantías. En estas condiciones, tener una patología digestiva como la celiaquía supone una limitación
extra, un condicionante añadido. 

La maldición del trigo

Dos cuervos negros son los únicos pájaros que se atreven a desafiar al Siroco, viviendo en un lugar en el que ver un árbol parece un espejismo. En un lugar en el que uno de cada tres niños sufre desnutrición, por la carretera solo se ven Mercedes y Toyota. Lo que a España le sobró porque quedó antiguo en los 2000. Los saharauis dicen que otros coches no aguantan esas condiciones. Hay algunos coches más modernos; cuentan que algunos de ellos son de los jóvenes que han robado oro en los pozos de Mauritania. Muchos lo intentan, no todos sobreviven.

 

El viento sacude las jaimas y recuerda al oleaje del mar en una tierra sin agua. Rodeadas de polvo y arena, en calles sin asfaltar, llenas de baches y distribuidas en campamentos que pretendían ser provisionales, sobreviven desde hace 47 años cerca de 170.000 personas que dependen de la ayuda humanitaria y del dinero que sus familiares envían desde el exterior. En tierra de nadie, los refugiados saharauis, ofrecen hasta lo que no tienen. El ritual, que se repite varias veces al día, incluye tres tés: dulce como el amor, amargo cómo la muerte y suave como la vida. Dedican bastante tiempo a hacer el té. Tampoco tienen gran cosa que hacer.

Antes de amanecer resuenan las llamadas a la oración que se van repitiendo desde las mezquitas a lo largo del día, el sol dibuja el retrato de cadáveres de coches desguazados y otros restos de escombros y chatarra, entre los que transcurre la vida de los refugiados. El sonido que describe la vida en el exterior, cuando el tiempo lo permite, es el de los chiquillos jugando con balones y bicicletas, mezclado con los balidos de las cabras, que viven encerradas comiendo restos de comida, cartón y basura en decenas de pequeños rediles en gran parte de la wilaya.

La precaria situación de vida, se ha visto empeorada por los efectos del COVID, la inflación a nivel mundial y el cambio climático. Antes incluso de la pandemia, algunas de las organizaciones internacionales que impulsaban proyectos humanitarios cortaron el flujo de la ayuda. Ahora, ONGs como Oxfam o la Media Luna Roja saharaui advierten del rápido deterioro de la situación y del agotamiento de las reservas de alimentos para la población.

La canasta básica que proporcionan a los refugiados, gracias a la que sobrevive la mayoría de gente en los campamentos, tiene 17 productos. Hay un colectivo que solo puede consumir 5 de ellos: los celíacos. En la zona con mayor incidencia de celiaquía del mundo, esta enfermedad sobre la que allí existe cierto tabú, incluso negacionismo, se convierte en una barrera añadida; en una trampa que, ante la falta de información y alternativas, puede resultar mortal.